En el almuerzo, en la mesa de al lado, tres señores de unos cincuenta años, de buen comer, cogen la taza de café y se van a fumar a la terraza, charlan. El espectáculo es entre deprimente y nostálgico... por una parte he recordado lo que disfrutaba del tabaco, sobretodo después de una buena comida y un mejor café y, por otra, mi persistente toque de alarma, en forma de tos, que hacen de mi condición de exfumador, un mar de dudas, ya resueltas, en favor de que no hay que fumar porque perjudica muy seriamente la salud.
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