A veces lo pienso y me sorprendo, nunca le propuse salir, ni hablé con sus padres, como se hacía antes. No, no le di la solemnidad que merecía el evento, sólo, simplemente, me pidió un libro, y yo la invité a un café... y me supo a poco, si lo sé pido un café con leche, de esos que no se acaban nunca… Me prendí del talento, de cuanto sabor y saber había tras aquellos ojos tímidos, como asustados, pero que ya no podían disimular su salida prudente del embrujo de las violetas. Quise verla crecer, ponerle mil paraguas protectores... y crecí con ella. Yo, el experto, el curtido en mil batallas, decidí aprender, aparté la arrogancia, descendí a los suelos y observé la belleza natural del azahar, la blancura inmaculada de las rosas blancas, la libertad de las ardillas en los pinos… Y aprendí de la ternura natural de los ciertos del alma, y crecí con ella, cada día, cada sueño, cada suelo…
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