En el bullicio controlado del aula, tus ojos brillaban,
se anunciaban con vivo reflejo...
como la espada en la marcha triunfal de Rubén Darío.
Y yo te miraba, como sin querer queriendo,
como pasando por allí por casualidad,
y tú hacías un amago, un conato de sonrisa,
y a mi me sonaba a concesión suprema,
a alivio que me hacía resistir el resto de la clase.
Había un timbre, siempre lo hay,
y un tiempo para plasmar las realidades también lo hay,
a veces entre palpitaciones emocionadas, placer del dolor,
dolor del placer, hermosa ansiedad del buen amor…
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