El autobús me lleva a la parte alta de la ciudad, una jovencita me cede el asiento. He estado a punto de no aceptar, pero parece que ya soy mayor, con barba blanca de pelos que deberían estar en la cabeza. Acepto. Luego, bajando por la Calle del Mar, que tiene una acera escasa, una señora me cede el paso, educadamente… sigo siendo mayor, parece, creen. Es otro día, hoy en el bus, he cedido el asiento a un joven con el pie enyesado, y he tocado el timbre de la próxima parada, y en la bajada por otra calle cercana al mar, con la acera muy estrecha, he ido cediendo el paso a cuantos me han cruzado de cara, recibiendo gratitudes varias. Al llegar a casa, me he mirado en el espejo y me he dicho: “Lo ves, no eres tan viejo”...
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