Terminaba las clases, acompañaba a mis alumnos a la puerta de salida, volvía a subir, cerraba la puerta y, solo en clase, cerraba los ojos y, en la oscuridad de los silencios, repasaba las vivencias de la mañana, casi minuto a minuto y, a veces, abría los ojos para volver a ver algún alumno con el ánimo de recordar alguna situación, o al menos tenerla prevista para próximas ocasiones. Mañana, me decía siempre, lo haré mejor, o al menos lo intentaré, y después de alguna pequeña reflexión, bajaba al comedor de profesores, todo un remanso de paz, como decía un amigo...
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