Hablaba con naturalidad, con aplomo, lógica, sentido común, sin palabras lavadas expuestas en un mundo irreal. Sus decides eran suaves, sencillos, pero firmes, directos, sin adjetivos suavizantes, sin exclamaciones contundentes. Cada vocablo tenía el riego de la dulzura de sus ojos, cada expresión tenía el noble sentimiento de un corazón que no le cabía en el pecho. Su voz resonaba en mi alma para calmarla y hacerle recuperar el lustre y el sentido... era mi madre, mi buena madre, mi santa madre, toda una prudencia, una generosidad integral, un amor inmenso, total.
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