Una música, un café, un libro.
El café, corto, cargado, aromático.
La música, suave...
sin mucho andante ni alegro,
más bien de pausado violín,
al que sólo un saxo,
esta vez sí, lejano,
pueda recomponer sus alegatos.
El libro, cualquiera de Alberto Moravia,
autor que te cuenta...
sus historias tan interesantes,
que ya en las primeras páginas
parece que tu andas por allí,
desempeñando tu rol...
con todo entusiasmo.
Buen programa, ¿no?
Y luego a andar una horita,
y Teresa en clase,
saboreando delicias escolares...
¡Último curso!
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