En la plaza, una señora joven, maja, lleva una perrita blanca, preciosa, le lanza una pelota y parece que va a buscarla... pero por compromiso, sin mucho entusiasmo. La pelotita se acerca a mis pies y yo saludo a la perrita, que pasa de la pelota y me atiende efusivamente como si me conociera de toda la vida. La señora me cuenta que siempre se muestra muy atenta cuando alguien le dice alguna cosa agradable. Las perritas blancas tienen un encanto especial, o así me lo parece, me recuerdan a la Luna, la perrita preciosa de mi buena amiga Lidia...
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