Las niñas se traían su música y, a la hora del patio, en un rincón cerca de la fuente, ellas ensayaban cada día un baile, incluso se lanzaban a cantar y hacían todos los gestos tan profesionales de los protagonistas. Cuando tenían el numerito a punto, venían a decirme si quería verlo, y por supuesto que quería verlo, y quedaba boquiabierto con su entusiasmo y buen arte. Luego lo comentaba con los profesores, siempre hay que sacar consecuencias de los buenos entusiasmos tan bien demostrados.
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