Conocí un maestro joven al que no le gustaban los niños. Pese a tener los estudios de magisterio terminados, con la titulación pertinente, tenía bien poco de maestro, a los niños los llamaba carroña insensible y sin imaginación y al nombrarlos así le entraba una risa nerviosa e improcedente. Tocaba el clarinete y tenía al vecindario muy cabreado, por sus ensayos a deshora, por lo que le denunciaban con frecuencia y entonces venía a clase con un enfado especial que lo pagaban los niños. Era todo un personaje al que le faltaba persona, coherencia, estabilidad.
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