Qué daría yo por un beso, decía el poeta,
por un abrazo y por una proximidad.
Y, ya con el alma en vilo, qué no daría por una sonrisa,
por un sentimiento de afinidad,
qué no daría por recuperar el amanecer de la esperanza.
Paseo por los jardines tan naturales de mi bosque amigo,
qué no daría por aprovechar el sol de invierno...
y acudir a la playa donde aún pululan los suspiros,
tan enamorados ellos...
La poesía reclamatoria desmerece su declamatoria cuando hace del amor y sus complementos, besos y caricias, una solicitud timbrada aunque no sea con papel de estado y sea papel de pueblo, a la figura de proximidad con la que los caprichos de alma se detienen. Vengan estas sonrisas nuestras para la complicidad orgiasta de las letras a falta de musa bandolera que ponga a trabajar al poeta errante posiblemente mas creativo desde su soledad y el no-reconocimiento que desde la compañía y los aplausos como abalorios en sus tímpanos.
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