Va como sobrado, o como muy necesitado, ni sonríe, ni saluda, va solo, busca siempre una mesa apartada en un rincón con vistas a la incipiente arboleda que emerge del valle. Come poco, bebe un vaso de vino tinto, tampoco se excede, y en el bar un café solo, largo. Luego se va, cabizbajo, siempre inexpresivo, no creo que vaya a ninguna parte, quizá hacia aquel paseo de hojas caídas, de bancos sucios y vacíos, donde antes hubo primavera y esplendor. Quizá va a encontrarse consigo mismo, aquel buen hombre…
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