Sentado en un banco, expectante,
contempla la llegada de las barcas.
Era un lobo de mar...
un aguerrido y talentoso de las redes.
Conserva la barba, ahora ya blanca,
y la pipa que, quizá algún nieto,
se la cambió por una de nueva y recta.
Su cabeza levantada, no pierde detalle,
da la impresión que aún se ve maniobrando,
lanzando la cuerda para el amarre,
soñando y dando las gracias al cielo...
por otro regreso, con pesca... y con vida.
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