Un día me presentaron una chica, bien una niña… yo tenía trece años, ella doce, y recuerdo como una especie de turbación, no sabía si darle un beso, por miedo a que se ruborizase, o darle la mano como hacen los mayores. A lo poco se deshizo el entuerto, a base de sonrisas nerviosas y monosílabos que pronto pasaron a mejor vida, fuimos amigos, aún lo somos, de aquellos para siempre, transformando titubeos de juventud en confianza sana.
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