Tenía pocos años, aquella tierna adolescencia que se intercalaba en la más profunda juventud del amor. En mi casa suspiraba por ella y en mis noches eternas de dramática soledad le preguntaba a la luna qué estaría haciendo pero, sobretodo, si era feliz, si su cara mantenía íntegra aquella sonrisa afín y que parecía totalmente empática. La vida da muchas vueltas y, en un principio, siempre amanece, pero yo seguía suspirando por ella y la luna no me hablaba del estado natural de su sonrisa...
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