Recuerdo perfectamente el llanto de algunos niños utilizado como mecanismo para conseguir sus propósitos. Pienso en alguna situación en la que desarmé toda intención de victoria a base de llorar… “Bien muchacho, a mi no me impresiona que llores, cuando acabes de llorar, me avisas y hablamos tranquilamente de lo que ha pasado”. Normalmente, al ver la inutilidad de su estrategia se avenía a razonar y acababa recibiendo una buena lección para su futuro inmediato, incluso una vez fui yo quien recibió una buena lección... alguien lloraba con razón.

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